Siete abejas, 7

En este punto de la narración del hecho o hechos acaecidos en aquellos días, he caído en la cuenta de que don Romualdo de Areces, edil de este nuestro pueblo y propietario de un Audi por poco tiempo, se presenta como un tipo de fachada impecable y de ojos como ranuras de hucha de niño, que gusta de jugar a las cartas, vestir trajes impolutos y con un pasado y un presente bastante oscuros. No por poco limpios, sino por poco conocidos o, mejor dicho, poco revelados por mí que soy quien relato lo ocurrido.
Don Romualdo proviene de una familia de abogados y arquitectos, son muchos hermanos, los varones ambiciosos y las mujeres bellas y frívolas en apariencia, todos nacidos y criados en nuestro pueblo. En edad de estudiar o trabajar o casarse se fueron marchando a la ciudad, y rara vez regresan; el alcalde también se marchó en su día, pero al igual que se fue, volvió y esta vez para quedarse. Se instaló en la casa familiar, y se presentó como alcalde. Voy a hacer de este pueblo un gran pueblo, prometía. Nosotros le escuchábamos y sonreíamos para nuestros adentros. Daba la impresión de creérselo. Lleva de alcalde diez años y lo que le queda, porque parece estar a gusto. Aunque nuestro pueblo sigue siendo, cada vez más, pequeño.
No se le conocen mujeres, ni vicios realmente caros más allá de cochazos y trajes de Armani, pero como no salen de las arcas públicas, porque la familia de don Romualdo tiene dinero y bienes y las arcas no, pues eso ni nos va ni nos viene. Tampoco sabemos si es que sus gustos están más centrados en varones que en hembras o en ambos; es discreto en esos asuntos. Algunos viernes enfila la carretera que lleva a la ciudad y no aparece hasta la misa de las 12 del domingo. Puede decirse que, con el roce y el tiempo, le hemos cogido apego.
Pues eso es lo que conocemos de don Romualdo de Areces, que visto y leído así, parece más bien poco... y es que nada sabemos del que vive junto a nosotros, ni sus esperanzas, ni sus tristezas, ni sus alegrías chicas o grandes. En este pueblo nuestro conocemos cómo son los horizontes en las mañanas de enero, o si va a helar o a llover. Conocemos si una mujer casada tiene un amante o si una niña soltera está pensando en marcharse a la ciudad. Conocemos que Julio tuvo un amor que le arruinó el corazón. Pero no sabemos qué piensan los demás, cómo se levantan y encaran el día, qué esperan, qué temen, si aman u odian.

Comentarios

alicia ha dicho que…
Sí, creo que en ese pueblo pasa un poco lo que sucede en todos. Desconocemos por completo el alma del que vive al lado. Ahora ya sabemos un poco más sobre el alcalde, aunque nada sepamos de su corazón todavía