Cuatro abejas, 4

Nuestro pueblo es pequeño, rutinario y de calles estrechas con farolas artísticas. Las farolas son naranjas y blancas, diseño de un orgulloso vecino que hizo fama (y suponemos que fortuna ) en el Nueva York más selecto; ha expuesto en el MOMA y Norman Foster lo tiene en plantilla. El urbanismo, ciudades sostenibles, bla, bla, bla. Hogaño fue hijo de cabrero y pastor de cabras a su vez. Qué cosas. Cuando empezó a ser un reconocido arquitecto urbano, se vino al pueblo con las farolas blancas y naranjas y, nosotros, con nuestro alcalde Romualdo de Areces a la cabeza, se lo agradecimos en forma de placa y calle. Son seis. Las farolas.
Nuestro pueblo cuenta con plaza y escultura ecuestre a la que van a aliviarse las palomas y sobre la que cabalgan sin ningún sonrojo Eloísa y los otros dos niños que componen todo el acervo de nuestra infancia vecinal. El representado es un general antiguo al que no se descabalga, de momento, aunque todo se andará.
Alrededor de la estatua hay bancos de hierro pintados en blanco, por aquello de lucir a juego con las luminarias. Apenas se conservan tres o cuatro casas de fábrica de adobe, en los 80 vivimos un desenfreno constructor y tiramos lo viejo. Ahora dicen que lo viejo no era tal, pero aquellos años fueron como una primavera continua y eterna: sacudimos alfombras, guardamos ropas, instalamos el agua corriente, asfaltamos las calles y derribamos las casas de adobe. Las hicimos nuevas, con balconadas acristaladas, buhardillas y mucho cemento y hormigón.
Hay dos bares, el de Eulogio y el de Miguel, un mesón de comidas que regenta Rosa, la panadería de Elvira, tenemos farmacia y un quiosco. Escuela no tenemos. Ni médico, sólo un pequeño dispensario que nos atiende los martes de 12 a 13 h. No pasa nada en este pueblo nuestro, pequeño y monótono. Por eso es que nos fascinan los sucesos y las gentes fuera de lo común. Y Romualdo de Areces se nos antojó desde siempre algo exótico. Para empezar, por qué no había hecho carrera en la capital, como sus hermanos abogados y arquitectos. Por qué se quedó aquí, entre nosotros, pueblerinos que no sabemos apreciar esos coches y esas corbatas moteadas. Misterios.
Nunca pasa nada en este pueblo. Y claro, este hecho era bien sabroso.

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