Una gota,1

Era una gota de agua que vivía en una nube tan negra como las penas del infierno. De acá para allá, nuestra gota viajaba sobre mares de campos castellanos, y se solazaba con el ocre y el amarillo, con el verde bosque y el marrón oscuro. Los mares nunca eran azules, porque en Castilla no hay océanos de barcos con velas blancas. Hay, sin embargo, porciones de aguas esmaltadas entre roquedales y encinas, hilos de plata flanqueados por álamos, cimbreantes amapolas rojas en medio de trigales, y miles de girasoles negros y amarillos que desafían al sol.
Era una pizca de agua que moraba en una gran nube gris acero, y que, por esas cosas de la vida, no terminaba de caer sobre el sembrado, ni sobre el tejado de la casita de adobe, que no acababa de perderse entre los niños que iban a la escuela, ni había restallado, cual rayo de tormenta, en una brizna de hierba brillante. Un día estuvo a punto de desplomarse en el morro de una vaca blanca y negra (todavía no ha terminado de dar las gracias a la nimbo nube que no la dejó ir).

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Me he quedado con las ganas de saber el destino de esa gotita que, intuyo, debía ser simpática. Besotes.
El dvende de la gvarda ha dicho que…
Pareces una escritora profesional. Me ha encantado...
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querida Isabel, pues ya lo ves... se desparramó!

Un beso
María Antonia Moreno ha dicho que…
Me alegro que te guste, duende