Una gota, 2

Nuestra gota empezó siendo pequeña, apenas una lágrima de rocío prendida del envés de una hoja de roble y, con el calor de la mañana, voló evaporada hasta una nube madre que la acunó entre sus brazos esponjosos, cargados de lluvia. Desde entonces ha pasado tiempo y la gotita de agua se ha hecho mayor; está convencida de que ya es toda una gota de lluvia capaz de integrarse en un aguacero.
Observa con envidia a sus compañeras hermanas que caen con gracilidad sobre las personas y las cosas. No cae en la cuenta nuestra gota que caer derramada será su fin, pues a fin de cuentas, es una gota de lluvia y existe para derramarse. Y así va pasando el tiempo.
Una tarde de otoño y sin previo aviso, la nube nimbo la libera, abriendo sus brazos llenos de agua fresca. La gota de lluvia se precipita hacia el suelo: liviana, alegre, gozosa. Y cae en un depósito. Qué triste se siente. Es como la nube nimbo, lleno de millones de gotas, pero más frío, más oscuro y sin viajes por el cielo. ¿Dónde están los robles? ¿Dónde quedaron las flores silvestres y las tapias cubiertas de hiedra? ¿Adónde se fueron las canciones de los niños? ¿Y cómo es que no se ve el sol?

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