Una mujer y un hombre

Querido, sé que llegarás a casa y me buscarás por las estancias, que pronunciarás mi nombre como una caricia, que echarás de menos el aroma a curry, y que, cansado de no encontrarme, saldrás al jardín por si allí me hallaras, entre azaleas y tierra húmeda, ataviada con mi mono de trabajo, presto a reñirme con tu voz suave y educada, deja eso ya, y vístete para la cena, para qué tenemos jardinero, Eloísa.
Sé que lo harás cuando te descargues de tu maletín negro lleno de importantes impresos, y cuando aflojes la presión del nudo de la corbata frente al espejo del dormitorio, sé que al fin lo harás cuando apagues el móvil y te despidas de Tomás, tu ayudante, o de Cristina, tu secretaria, o de Luis, tu socio, y estoy segura de que habrá un momento en que nada ni nadie te hará desistir de tu empeño si consigues dejar de pensar en el próximo viaje a Madrid o a Lisboa. Entonces harás que tu corazón se imponga a tus tripas y llamarás, una a una, a todas mis amigas del club de lectura; casi ni te acordarás de que las llamas gatas viejas escuálidas, y estarás agradecido de que alguna de ellas te dé razón de mí. Pero, si no fuese así, si ninguna de ellas supiese dónde me encuentro, no tendrías inconveniente en caminar calle arriba hasta el centro cultural del barrio, incluso, llamarías a la puerta y vencerías tus escrúpulos (cuántas veces me has dicho que ese local no es higiénico) y le preguntarías, con tu voz dulce y educada, a Zoé o a Mosés si me han visto, porque tal vez esté en clase de cerámica y olvidé comentártelo en el desayuno. Lo harías, si en ese momento no hubieras encendido el ordenador para leer los mensajes que hayan llegado a tu buzón mientras volvías a casa; pero después de contestar a los más urgentes y redactar borradores, harías un esfuerzo por entrar en mi perfil de Facebook y escudriñarías mis últimos ¿Qué estoy haciendo?
Lo harás tarde o temprano, aunque tal vez imagines que estoy con Joanna en su tienda de artesanía o con Isaac y Monica, ayudándoles con la mudanza y a lo mejor te convenzas de que estoy en algún café con veladores y mesas de mármol, escribiendo otra de tus historias, Eloísa, y entonces, será más tarde que temprano cuando hagas algo, cuando por fin mires en el armario y descubras que los pantalones de loneta que odias tanto, no son nada femeninos, por dios, Eloísa, ya no están, ni mis libros, ni mis cuadernos, ni mis pulseras, ni mis collares, ni mis anillos, ni yo.
Pero ya sé, querido mío, que eres un hombre muy ocupado, por eso te dejo esta nota en el mueble de la entrada. Es tan bonito. Lo compraste en el Soho, en uno de tus viajes.

Comentarios