Ojalá

Un simple paseo te dulcifica los adentros y te ensancha el corazón, como si de repente fueses un marino del XVII y no hubiese piratas a la vista. Por la mañana había una pareja joven que se miraba a los ojos y se besaba con esa cadencia del amor satisfecho y esa alegría sin fisuras de los que se sienten jóvenes, guapos y afortunados. A mí no me molesta que la gente joven se bese apasionadamente en las calles, en los trenes, en las tiendas. No me molesta cuando atisbo en ellos, como en la pareja de la otra mañana, un sentimiento que va más allá del deseo urgente, algo íntimo y especial que los envuelve y los aísla de los demás, como si estuviesen dentro de una burbuja rosa de cristal. Más tarde, una madre paseaba con su hijo. Iban riendo con estruendo, compartiendo un secreto tan íntimo que nadie podría arrebatárselo. Una simple caminata te muestra un día cálido y plata, una mujer que charla con otra en una cafetería y ves cómo se ríen y cómo comparten confidencias, mientras apuran las palabras y el café con leche. Y lejos, sólo un poco más lejos, otra pareja camina; ella está embarazada y él le toca la abultada redondez del vientre y todo parece encajar, su mano, su sonrisa, el bamboleo de ella y los pasos firmes de él.
Es un simple paseo. Pero te descubres pensando que ojalá les dure. Que ojalá las tristezas, los inconvenientes y la perra vida los respete todo lo que sea posible. Ojalá. Y miras al cielo y ves una franja lapislázuli que se asoma entre las hilachas blancas de las nubes.

Comentarios