Llueve

Llueve. Minúsculas gotitas corren por el vidrio. También llueve en Tasmania. Que sí, que en ese minúsculo trozo de partícula que contemplo en el mapa, esa islita que está separada del continente de los canguros por el Estrecho de Bass, más, más al sur, al sureste, concretamente, ahí, también llueve.
No es nada extraordinario. Nubes negras y esponjosas que dejan caer agua dulce como maná. La lluvia de otoño es melancólica y suave, como una playa en invierno o un marinero viejo. Sí, es una imagen suave, dulce.
Lo que tiene su aquel es lo que sigue. A alguien (un genio del marketing, un rico aburrido, un visionario de la jet set, Briatore que no sabe qué hacer hasta que nazca su vástago, ahora, que no puede ni oler el tubo de escape de un fórmula 1, no sé, alguien) se le ha ocurrido vender la lluvia que cae sobre Tasmania. El producto se presenta en una botella de cristal transparente y, en la lengua de Jack el Destripador, anuncia que contiene más de 1.600 gotas de agua de lluvia caída sobre Tasmania. Sobre 7 euros es el precio que cuesta tener en tu hogar esta delicia dulce de lluvia, esa agua derramada sobre una isla austral.
Lo primero es lo primero: ¿quién ha contado las gotas de lluvia? ¿Ha sido una estimación? ¿Han tomado entre sus dedos una gota, calculando lo que ocupa y luego, la han dejado caer con parsimonia en la frasca, concluyendo que ahí caben (a ojo de buen cubero) 1.600 gotas, 100 arriba, 100 abajo? ¿O tal vez alguien (no Briatore) se ha sentado en la posición de flor de loto ante una cuba de madera de arce a contar las gotas de lluvia que caen desde un alero?
Lo segundo, es lo segundo: ¿Quién comprará esta dulce lluvia tasmánica? Quizás sirva para hacer un regalo cuando no tienes ni remota idea de qué regalar. Lo malo es si te regalan la botellita de marras. ¿Qué hacer con ella? ¿Atesorarla en un pequeño altar como agüita de Lourdes y ponerle velas y encenderle incienso? ¿O invitar a alguien muy especial (amante o similar, un ex magnate de la F1) y descorchar, en vez de un Möet Chandon, las más de 1.600 gotas de lluvia caídas sobre Tasmania?
Se me vienen unas cuantas imágenes a la cabeza.
Unos niños que recorren un largo sendero seco y lleno de polvo, con cubos de lata en la cabeza. Llegan a una vega, aún más seca y polvorienta. Con sus manos, apartan la tierra hasta encontrar el bien preciado: agua de manantial que no se sabe muy bien si es potable o está contaminada. Llenan sus cubos. Vuelven a sus casas con cuidado de no derramar ni una gota.
Un hombre mayor baja a la calle de un pueblo. Sostiene una jarra de barro y se llega hasta el pilón, del que mana agua deliciosa: fría e inodora. La llena y vuelve con el bien preciado en la jarra, el agua con la que acompaña sus comidas. Eso sí es un lujo y no (perdónenme) la lluvia que ha caído (presumiblemente) en Tasmania.

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