De móviles y otras zarandajas, como el sentido común

Veo una noticia en la tele sobre el móvil. Un par de actores (Hugh Jackman y Daniel Craig) han sido los penúltimos en soportar el tintineo maleducado ( o la canción de moda, o la de revival, o aquello de hazme un poco de casito que soy un mensajito!!!) en carnes propias. Ocurrió en un teatro y el pobre Hugh se quedó en blanco. Y se mosqueó. El público aplaudía, porque... ahora todo hace gracia.
Hace tiempo escuché a un escritor que narraba cómo a un cura que estaba oficiando le sonó el móvil. El sacerdote lo cogió y continuó como si nada, con una mano el teléfono y con la otra lo que estaba haciendo, que la profesionalidad es la profesionalidad.
He visto, he sufrido, he padecido, en múltiples lugares lo que el móvil es capaz de hacer. Y lo peor (o al menos a mí me lo parece) ocurre en las distancias cortas.
Quedas con alguien, qué tal, qué tal. Una llamada. Contesta, lo contrario sería de mal gusto. Te mira. Es fulanito, o menganita.
Comienza la conversación. Un minuto, otro. Otro más. Le cuenta que está contigo. Que paseáis. Que luego vais a tomar un café, que qué tiempo este. Que luego se va pronto a casa porque quiere ver (fíjate tú, qué importante, es que si no se lo dice le da algo) el capítulo de CSI Miami, que Horatio está un poco tontorrón últimamente, pero que le gusta el morenito ese que aparece, que no está nada mal. Y, entre tanto, tú. Allí. A su lado. Paseando o bebiéndote a sorbos la mala leche. Porque caes en la cuenta. Y te preguntas ¿para qué demonios ha quedado conmigo? ¿Para radiarlo? ¿O es que es reportero y yo no me había apercibido de la situación?
Pues eso. Un poco de sentido común y un mucho de educación. ¿No?

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