Manuela, 3


Tenían ya casi 30 años, Manuela se había ido y había vuelto al pueblo donde Jaime se quedó, porque no podía arriesgarse. ¿Y si Manuela volviera y él no estuviera allí para esperarla? Tenían ya casi 30 años y aún eran jóvenes, aún le brillaban los ojos a Manuela, aunque de repente y sin razón se le oscurecieran de golpe cuando paseaban por la playa un día cualquiera, un día como el de hoy, cuando el verano se ha ido y el otoño revolotea en derredor, como un pájaro de mal agüero. Lo natural fue que pasaran cada vez más tiempo juntos, todos los demás se habían marchado, sólo estaban Jaime y Manuela. Lo natural fue que ella precisara cada vez más de su compañía y que sonriera si él iba a buscarla sin llamar, o que mirara por la ventana para verlo llegar, cuando el día se marchaba. Lo natural fue que él le dijera, cásate conmigo, Manuela, sin previo aviso y sin que ninguno de los dos se mirara a los ojos. Y pareció natural que se casaran.

Todo fue para Jaime casi como lo había soñado, casi, porque había cosas que no se había atrevido a soñar. Jaime se sentía feliz con Manuela, trabajando en el pequeño hostal de ventanas blancas que heredó de la familia, paseando en la playa y viendo pasar los días; sobre todo cuando estaba solo y no podía creer en la terrible suerte. La terrible suerte de que Manuela estuviese junto a él.

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