Manuela, 1

No pudo por menos que enamorarse de Manuela. Tenía una belleza limpia que olía a piel, a jabón y a agua; una belleza franca y risueña como una tarde de verano. Si estaba contenta los ojos reían a carcajada limpia y si se enfurruñaba, chisporroteaban con la furia de una niña a la que se le arrebata un caramelo sin razón. Era impulsiva y emocional, cabezota, profesaba a sus amistades una lealtad de adolescente; porque es en la adolescencia cuando mueres por tus amigos y crees que ellos morirían por ti, que jamás te fallarán, que no te traicionarán, que no te venderán. Tenía también un modo de caminar decidido, y una forma de analizar el mundo y las personas que él admiraba. No porque estuviera exenta de equivocarse (era deliciosamente humana) sino por la manera de defender lo que consideraba justo.

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