Austero

Leo en un periódico de provincias los adjetivos que los vecinos le dedican a su asesino particular; un hombre al que han tenido tiempo de calibrar y juzgar (con razón) como un perturbado mental (por qué no hicieron antes nada es otro cantar) y que, últimamente, le ha dado por acabar con la vida de su hermana. Loco, raro, grosero, austero. Me quedo un poco perpleja con este último. ¿Es ser austero comparable a estar loco?
En estos últimos días hemos conocido, a través de un estudio (benditos estudios. ¿qué haríamos sin ellos?), que el número de mileuristas en nuestro país es inquietante. Millones. Millones de familias que son mileuristas, y gracias, porque hay otros millones que ni de lejos llegan a esa cifra que popularizaron los medios en esclarecedores reportajes que hablaban de las becas precarias de los licenciados y doctorandos y, figúrense, vamos y nos enteramos de que no son sólo los becarios, no, qué va. Padres y madres, con hijos. Y gracias, volvemos a decir. Pues bien, nos han contado cuántos hay provincia a provincia, región por región, como si fuera un gran descubrimiento, como si nadie se hubiera dado cuenta hasta ahora. (¿Quién estaba en la inopia? ¿Los empleadores? ¿Los mileuristas? ¿El gobierno? Nadie.).
Al mismo tiempo, escucho una y otra vez, machaconamente, el anuncio de una agencia de viajes que proclama que es más barato viajar a Europa que quedarse en casa. Entonces; ¿¡¡¡¡cómo demonios te quedas sin vacaciones, por dios!!!? Qué más da que llegue septiembre, la vuelta al cole, los temidos libros (por favor, si es más barato largarte a Venecia que ir a la piscina de tu barrio, dónde va a parar. Y si no hay para los libros, pues alguien proveerá. San Carrefour, Leclerc o similar, que este curso, con un poco de suerte, nos dejan comprar a plazos), los zapatos; que los pies de los niños se empeñan en crecer y no hay modo de encasquetarles los del curso pasado, los abrigos que los que tienen les quedan tan cortos que pasan por ser chaquetas. Qué más da. Seguro que nos dejan pagar en diez meses sin entrada. Es más barato pirarse al lago Como que sentarte en el salón con el ventilador. Juzguen si no, (la agencia aporta cifras para que comparemos lo que nos cuesta quedarnos en nuestro dulce hogar y lo que nos supone largarnos por ahí de farra). Una semana en Italia, 900 euros. Y si salimos de Europa, mejor. Más barato. Miren si no. Una semana en Egipto, todo incluido, 800 euros. ¿¿¿¿Crisis??? ¿Quién dijo crisis?, termina apostillando el revelador anuncio.
No sé por qué me indigno aún por estas cosas. Tal vez sea porque me fastidia que en el banco (qué desfachatez) aconsejen a los clientes que se gasten el dinero (¿para qué lo quieres? ¡Hay que gastarlo!), mientras el interpelado de turno los mira con los ojos como platos pensando en las mensualidades de la hipoteca que esos señores tan amables tienen a bien cargarle a primero de mes, o quizás porque me fastidia que ser austeros, ahorradores, sencillos, vivir con lo esencial… sea sinónimo de estar loco, porque hay que gastar, hay que salir, hay que irse a Europa y gastarse en una semana el sueldo de un mes (por cabeza). Nadie dice después cómo afrontar el resto de las semanas del mes (quedan tres, ¿no?) Eso si se es monoparental. Porque si se trata de dúo, trío, cuarteto y de ahí para adelante, pues las cuentas no me salen, no sé a ustedes.

No hay problema. Sólo es una pataleta de fin de verano. Enseguida se me pasa.

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