Padre Pistolas, 5


Pues esa fue una de las cosas que cambiaron. Nada más llegar, don Juan (así se llama el hijo de don Venancio, aunque su novia, una moza de 1’90 con las piernas más largas que haya visto jamás Gertrudis, le llame John) empezó a cambiar el organigrama, la fisonomía, las tareas, y las atribuciones. Gertrudis fue exiliada de la antesala del despacho de don Venancio, en el que se instaló don Juan, después de cambiar el suelo de terrazo por láminas de una madera oscura y brillante que trajeron de Brasil, después de decorarlo con reproducciones de pintores americanos e instalar una mesa de 3 metros de largo por 2 de ancho, un sillón con ruedas, dos confidentes, un sofá cama, un sillón de dos plazas, una mesa redonda baja con dos puffs (o puf!), un office con cafetera eléctrica, microondas, placa de cocina, horno y muebles repletos de vajilla de la buena, un ordenador fijo con pantalla de 32 pulgadas (pareciera que quiere ver la tele ahí, se decía Gertrudis), un ordenador portátil con pantalla de 17 pulgadas y otro más de 10, dos impresoras a color, una en blanco y negro, dos grabadores de discos, dos escáneres, dos archivadores, un seto de boj, una azalea blanca y una enredadera de flores amarillas. A Gertrudis la expulsó de la antesala, entre otras razones, porque la antesala pasó a engrosar su despacho y así consiguió que midiera más de 60 metros cuadrados (ni que fuera a vivir ahí, razonamiento de Gertrudis). Así que ella se fue a la planta de abajo, entre biombos y rodeada de las miradas burlonas de otros compañeros, le quitaron su vieja máquina de escribir, la agenda de don Venancio, la potestad de filtrar llamadas y su fidelidad y fama de mujer fuerte e incorruptible, pasó a ser una china en el zapato de don Juan, que sabía que Gertrudis guardaba en la memoria muchas de las aventuras de su padre.
Gertrudis no se amilanó, sin embargo. Atrincherada en su cubil, le impusieron un curso tras otro de informática y le entregaron uno de los ordenadores más viejos, pero a ella le parecía una máquina fabulosa y aquello le gustó, no sabía que se podían hacer tareas mecánicas tan rápido. Así que resistió, como antes, como había hecho todos esos años, y ni una sola vez se le pasó por la cabeza utilizar lo que sabía de don Venancio (incluyendo aquel hijo que mantenía en Valencia y que ya tendría la edad de don Juan), porque ella era una mujer fiel y aquello formaba parte del trabajo que don Venancio le confió.
Todo parecía ir más o menos bien, Gertrudis empeñada en dominar programas tan exóticos como el Excell, el Quark y el Access y a navegar por Internet (qué cosas, si podía ver fotos de Aruba y de Guadalajara) y que un jovenzuelo (que bien pudiera ser su nieto si es que ella hubiese tenido algún hijo, claro está) le explicaba, alternando miradas asesinas y condescendientes que ella, siendo del todo consciente, ignoraba. Hasta que llegó ella.
Ella es una joven becaria insultantemente joven, tanto que Gertrudis no la odia porque sabe que eso se cura, pero ocurre que la joven en cuestión es, también, insultantemente insolente y arriesgada. Discreción, cero. Arrojo, todo el del mundo. Inteligencia, escasa, pero astucia, sí. Y las críticas a Gertrudis, con la cabeza asomando por el biombo gris lechoso, con descaro, tiñéndolas de franqueza (lo hago por tu bien, chata). Primero, sus trajes de chaqueta. Pero, Gertrudis (reía, mientras se sacudía su melena larga, rizada y que aún conservaba, Gertrudis estaba segura de ello, las briznas de paja de algún pajar), cómo te vienes con esa facha. ¿Cuántos años tiene esa chaqueta, mujer? Si ya no te abrocha. Luego, su pelo. Mujer, qué color te ha quedado, ¿no? Vamos, que si a ti te gusta… Pero es como si te encontraras a una rata muerta, desangrándose. Luego, sus hábitos de lectura. Es que yo, Gertrudis, sabes qué pasa, que me dedico a vivir los fines de semana. No a leer novelas, Gertrudis, vida mía. Y seguro que lees revistas del corazón. Pero chica, tú, con lo inteligente que eres. No lo entiendo, de veras, Gertrudis.
Gertrudis sí entendía. Y aquello era burn out, mobbing, acoso o lárgate de aquí. Pero, de momento, nuestra Gertrudis resistía.


Imagen tomada de Wikipedia

Comentarios