Eugenia, 4 y final

Qué raro es el mundo, Eugenia. Te asomas a la ventana y ves el ayer. Sí, ahora es Antonio Vega, el músico atormentado. Si lo tuyo es flagelarte, está visto. Menos mal que los adolescentes aún no te mandan SMS, ni te dejan mensajes insultantes en tu muro de Facebook. Te lo tomas todo a la tremenda y así no puede ser. Pues, figúrate si era un espíritu libre que está al otro lado del charco (se decía así, no? Cuando la gente emigraba a América…) pues ahí lo tienes, bien lejos y a salvo de tus garras y de tus intromisiones. Pero cómo lo quisiste. Su boca era la frontera que delimitaba tu vida.
Mi cabeza da también vueltas, Antonio, no te vayas a creer. Voy a sacar eso de la maldita caja y que sea lo que dios quiera. Qué dios ni qué leches. Ya estamos, Eugenia. Tranquila. Que sea lo que tiene que ser y dejemos a los dioses apartados de este asunto, que ni les va ni les viene.
Vaya…
Es una bolsa transparente.
Dentro hay como… un plano o algo así.
Pero esto qué es. Una hoja grande, correosa. Parece un mapa antiguo. Señales. Una cruz. Una flecha. Diez pasos a la izquierda cuando llegues a acantilado del Muerto. Unas coordenadas que no se aprecian bien. Y un papel arrancado de una libreta o cuaderno cuadriculado y que cae a mis pies. Lo recojo y leo: Por favor, Eugenia, ven aquí. Olvida lo que te hice, perdóname. Necesito tu ayuda, es cuestión de vida o muerte. F.
Venga ya. Esta peli ya la he visto. ¡¡¡¡¡Pero quién se cree que es!!!! Michael Douglas. Y yo, la otra, la Turner, esa actriz rubia que era tan mona de joven y ahora ha engordado tanto, la pobre, lo que hacen los años. Sí, esa que hacía de escritora desaliñada, pero que tenía un éxito tremendo. Si hasta el traficante la leía. Juanita. Juanita Rider. Cree que soy como ella. La pobre que sueña con el amor de las novelas rosa. Con el hombre que vuelve a buscar a la dama y trepa hasta su ventana para llevársela con él, para siempre, por los siglos de los siglos y amén. Paz y gloria, huesos, perdices y lo que haga falta. Pero este, no. Este no viene. Quiere que vaya yo. Y si…
Qué puñetas, Antonio. Que él que se largó fue él. Que esto me suena a milonga. Este no tiene un duro, o un euro, o cincuenta céntimos. Es un artista, un músico, y quiere ser como tú, pero qué va. No pasa de tocar en galas benéficas y en pubs de mala muerte a cambio de todo lo que se quiera pimplar, cual pianista de un prostíbulo del Oeste. Ese era mi chico, qué te parece, Antonio. Un espíritu libre que me está contando un rollo. Pues no, ea. Me quedo aquí con el gallo y las gallinas y el perro ese tan raro que canta. A fin de cuentas, nos hacemos compañía. Y pasado mañana es lunes y, tal vez, algún joven de estos me haya dejado una frase de ánimo en mi muro del Facebook o un comentario en mi blog. Y que te den, fantasma libre.
Eugenia deposita con cuidado el mapa con los cartones y los papeles de la caja. Más tarde, después de tomarse un par de güisquis y seguir escuchando a Vega, o te largas otra vez, o no vuelvas nunca más, se dejaba llevar por ti… reúne el valor necesario para salir y tirarlo todo al contenedor.
Mientras, en una chabola de un barrio de Buenos Aires, un hombre con barba de días, ojeras violáceas y expresión angustiada, mira a la calle, preguntándose si habrá llegado el mapa a casa de Eugenia y pidiéndoles a los dioses que ella le crea, que le perdone, que coja un avión y se plante allí. No será mucho lo que le pido, duda. Pero, inmediatamente, cae en la cuenta. Eugenia haría todo por mí. Me ama.

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