El ángel rubio

Era la chica que todas queríamos ser a los once, mientras guardábamos las fotos que salían en el Pronto y nos hacíamos un carné de detective privado en la mitad de una hoja de cuaderno escolar. Las fotos, el carné de detective, un trozo de espejo roto que utilizábamos para empolvarnos correctamente la nariz, un peine al que le faltaban dos púas y que nos dejaba la melena rubia, sedosa y larga como la de ella, una piedra blanca que tenía una lágrima dentro y que, en realidad, era un diamante robado… todo ello lo atesorábamos en nuestras cajas de lata, cajas de secretos, las cajas de los Ángeles de Charlie. Yo era la morena, porque la líder de la pandilla siempre se pedía ser la rubia (no hay derecho). Pero lo cierto es que yo quería ser el ángel rubio de Charlie, con esos ojos claros y esa melena que, se me antojaba, debía oler a maravilla. Ser capaz de resolver todos los misterios, escapar de las ataduras, de choques mortales, de secuestros terribles… sin despeinarme y siendo la más rubia y la más alta y la más guapa. Jugábamos a ser Ángeles de Charlie en el recreo, y seguíamos a los niños para descubrir qué estaban tramando. Nos guiábamos por la altura del sol para descifrar algún que otro mapa. Y hasta teníamos carné de detectives, con fotos que recortábamos del Pronto.

Comentarios

EL CONDE SISEBUTO ha dicho que…
Un recuerdo entrañable. ¿Qué seríamos hoy nosotras si hubieramos conseguido realizar nuestras fantasías infantiles? Un abrazo muy fuerte, rubia.