Besos robados

Siempre se equivoca con mi nombre, desde que era niña. El otro día, también. Subimos al autobús, yo delante, ella detrás, con la mirada extraviada en kohl y los pasos perdidos. Me miró, la miré. Tenía la misma expresión de niña, la desdicha pintada en el rostro complementando el rímel negro y el pintalabios rojo. La misma media sonrisa dibujada en el rostro, como cuando era muy niña y se abrazaba a mi cintura, de pronto y por sorpresa, después de recriminarle uno de sus comportamientos. No hagas eso, no hagas lo otro. Se abrazaba a mí y me dirigía una media sonrisa que aún conserva, y yo caía en la cuenta de que lo hacía (aquello, lo otro) sólo para conseguir un abrazo. Ya no es tan niña, pero aún no es mayor y, sin embargo, su rostro maquillado con exageración y su porte desilusionado, lo desmienten.
Siempre se equivoca con mi nombre, como cuando era una niña. Quizás la vida le ha robado demasiados besos, a ella. La frase no es mía, me la apropié (disculpa, F.), pero a ella le sienta como un guante de Hilda (estarás de acuerdo, F.). Sus ojos lo dicen, cuando me miran.

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