¿Te provoca un tintito?

No sé muy bien si fue su modo de mirar, de frente, por derecho. No me había fijado en él hasta que terminó el congreso y nos encontramos en la recepción del hotel, el saliendo, yo entrando, un viernes, a eso de las 3.
Fue en Caracas, lejos de mi país y del suyo, y no sé muy bien si ocurrió porque estábamos muy lejos o porque de pronto me sentí muy sola. En el hotel nos alojábamos 200 médicos hispano parlantes y allí, en la recepción, experimenté un miedo repentino e irracional ante la perspectiva de quedarme sola en la habitación, haciendo tiempo hasta que llegara la mañana y con ella el avión que me retornaría a mi rutina de costumbres, eso sí, acompañadas. Durante la semana apenas había reparado en él, aunque en una de las mesas que me tocó moderar estuvo sentado junto a mí y yo había pensado vagamente, en que ese médico colombiano sabía lo que se hacía. Pero nada más. Sin embargo, allí estaba, y yo también, y no sé por qué pasó, o tal vez sí que lo sé; porque tenía que pasar y ya está, para qué darle más vueltas.
Su manera de mirar me hizo sentir muy pequeña y desvalida y, al tiempo, como una niña de cinco años a la que se le conceden todos los caprichos. Bastante poderosa.
Yo rescaté una sonrisa de otro tiempo. Él me miró desde el fondo de sus ojos oscuros y posó el dorso de su mano en mi mejilla, casi como si estuviese comprobando si la niña pequeña tenía fiebre o tenía empacho de tanto comer caramelo. Quizás el rubor inoportuno que me asaltó le convenciera de que no estaba bien del todo. Su voz me llegó en un susurro de selva: ¿te provoca un tintito?
Me pareció tan salvaje y transgresor eso de tomar vino a las 3 … no fue hasta después, cuando ya era noche cerrada y estábamos los dos, solos, en mi habitación, cuando reclamé una copa.
¿Te apetece ahora ese tintito, amor?, le susurré, balanceo de liana. A lo que él me respondió, murmullo de torrentera: ¿no será un poco tarde para un cafecito?
Y es que a veces los malentendidos son tan oportunos...

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