Primera historia

Inspirado en una anécdota narrada por una escritora
Fue un verano largo, cálido y amarillo que sólo podía refrescarse con zumo de limón azucarado y frío. Fue un verano, también, azul y joven, porque nunca después lo fue tanto, a medida que pasaba por ella el tiempo y los inconvenientes y la vida.
Las tardes eran interminables horas que transcurrían entre siesta, merienda y paseo vespertino. No ocurría nada en aquel pueblo pequeño, en los letárgicos años sesenta. Los chicos y chicas salían en bicicleta y se salpicaban con el cada vez más raquítico chorro de agua de la fuente de la plaza. Por la mañana, comprar el pan, ir a misa, ayudar en las tareas de la casa. Por la tarde, dormitar y pensar en aventuras y en otros mundos, en cosas extraordinarias que podrían estar ocurriendo en Australia, o en África. Así que, una tarde cualquiera, coge un montón de hojas cuadriculadas y un lápiz y comienza a garabatear la increíble historia de una niña cualquiera, tal vez, ella misma. Escamotea horas a la siesta y al paseo, incluso a las vueltas en bici y a las bromas con los chicos y, hoja a hoja, línea a línea, va trazando la historia más espectacular que jamás nadie escribió.
Pasó el verano y llegó el tiempo de volver al colegio, pero por esta vez, ocurrieron muchas cosas. No iba a ir a la escuela de siempre, con don Tomás, a la escuela de pupitres de madera, pluma y tintero con polvos para borrar, ya no cargaría el pizarrín y los libros atados con una cuerda para emprender el camino de siempre. Se empaquetaron enseres y muebles, sábanas y toallas, ropas de verano y de abrigo y, un día cualquiera, un martes o un jueves, llegó un camión muy grande y se lo llevó todo. Unos días después, llegaba a la capital, a un Madrid ruidoso pero no tanto como el de hoy en día, a un Madrid grande de calles largas donde pasaban siempre muchas cosas y empezó a ir a otro colegio y a vivir en otra casa, rodeada de muebles, enseres y ropas conocidas, pero también de muebles, enseres y ropas nuevas que vinieron a sustituir aquellas otras que se perdieron. Se perdieron muchas cosas en el traslado.
Años después, la niña ya no es niña, es una mujer que ha escrito muchas historias y que sigue escribiéndolas. Aquella primera historia que dibujó en las tardes perezosas de un verano con olor a trece años se perdió para siempre, aunque ella se acuerda de la emoción y de las horas robadas a la siesta y a los paseos que nunca parecían suficientes para imaginar y soñar y escribir y pensar en aventuras increíbles. Lamenta no poder encontrarla, guardada en un cajón, incólume al tiempo y a los inconvenientes y a la vida.
Sin darse cuenta, esa primera historia la acompaña siempre. En su imaginación, en su recuerdo y en las palabras que utiliza para pergeñar mil historias, porque en realidad, por eso escribe, para tratar de rescatar del olvido aquella primera historia perdida.

Comentarios

Sirena Varada ha dicho que…
Hola Mª Antonia, en cuanto me descuido un poco encuentro muchas cosas nuevas por leer. Admiro tu constancia, y admito con cierta tristeza que en esto, desde luego, no nos parecemos.
Siempre hay una primera historia que nos acompañará el resto de nuestra vida. Acaso la felicidad es la pura fórmula cuyo último ingrediente de consolidación está en volver los ojos ciegos al pasado que apuntaló la esperanza.

Preciosos los destellos de esa mirada evocadora y retrospectiva, de aquella ilusión que movía montañas para empezar siempre de nuevo.

Un abrazo y ya estoy volviendo.