Murmullos de estación, 1

Me hicieron de carril viejo y joven locomotora, al compás de los bamboleos de caderas de mi madre y el inusitado vigor de mi padre. Fue así como me lo contaron y no puse objeciones. En la hora de la siesta, cuando los inquilinos de la pensión Perlita habían vuelto al trabajo y la tarea de la cocina estaba hecha. En esa hora perezosa me engendraron, en un cuarto de ventana estrecha; una habitación desnuda de no ser por el pudor de unos visillos amarillos que en otro tiempo se adivinaron blancos.
La pensión Perlita respiraba desbarrancada sobre la estación de trenes. Las partidas, el silbato, el murmullo de las gentes inundaban la vida de la pensión. Ésta se situaba en el último piso de un edificio de piedra gris y tenía balcones de hierro con dos geranios maltrechos y un cartel sucio que anunciaba Pensión Perlita, camas baratas. Ahí me engendraron y viví después. La que fue mi madre se encargaba de adecentar los cuartos aunque en alguno cometiese una indecencia. El que fue mi padre era un hombre viajado, que cargaba una maleta de cartón con muestras de bisutería, bigote fino, el pelo cano y un chispazo libidinoso en los ojos que se traducía en una lengua rápida y flexible, silbato de viajeros al tren. En la pensión se alojaban viajantes y otros empleados de provincias, a alguno de ellos lo conocí toda la vida, instalado en uno de los cuartitos: la mirada opaca, la cama vestida con la colcha floreada, el jarrón vestido con una rosa mustia. Las momias, decía Patro.
Pero, permítanme. No me he presentado aún. Me hicieron de locomotora joven y viejo raíl, entre el fragor de trenes que partían a lugares ignotos. De nombre Pascual y nací, cual ferrocarril puntual, nueve meses después de aquel meneo de caderas. Para entonces, el viajante de pelo cano se había echado al camino llevándose la bisutería barata en la maleta marrón.
Parece (lo sé de oídas) que una noche tocaron el timbre. Esto pasaba un día sí y otro también, por lo que no tendría mayor mérito si el que lo hizo no fuese el que días después se convirtió en mi padre. Qué azarosa es la naturaleza. Mi madre fue a abrir y eso sí fue un hecho excepcional, porque normalmente lo hacía mi tía Patro, su hermana. Mi madre se llamaba Gertrudis, Gertru, vamos. Que en la familia de mi madre no sobrevivía un nombre largo ni a tiros. El mío, Pascual, se convirtió en un superviviente inaudito. Ya retomo la vía. Que me salgo a la menor ocasión.
Llamaron y Gertru (que el destino hizo madre) fue a abrir. Sintió un latigazo cuando los ojos grises del que iba a ser mi padre, (que se llamaba Pascual, por si no lo habían adivinado) se posaron en sus ojos negros de pestañas largas. Esto de los ojos es por ponerle un poco de literatura y porque queda feo que nada más empezar los protagonistas se miren con un punto de lascivia. Me lo imagino así. Es que del encuentro en la puerta nadie me contó, sólo estaban ellos.
Sea como fuere, a partir de entonces se sucedieron horas nerviosas, manos que surgían de improviso en los pasillos y roces súbitos de piel en cada habitación. La tarde que yo empecé a existir, mi madre estaba arreglando el cuarto de mi padre y los rumores de la estación se asemejaban al murmullo de un mar lapislázuli que ella nunca había visto. Entró mi padre y escuchó una ola de mar estrellándose en la roca. Y es lo que tiene. Que el mar sugiere amor, pero con un punto de deseo arrebatado, y me hicieron en un cuartito de la pensión Perlita, entre jadeos de locomotora y embistes de maquinista diestro. Lo demás me lo imagino, porque nadie me contó, y perdonen la prosa, soy dado a llenar huecos con nombres y vacíos con imágenes.
Creo que debí ser un niño dormilón, comilón y bueno. Creo, porque no me acuerdo. El caso es que mi progenitor se perdió los primeros meses de mi vida impelido por las obligaciones del trabajo y acuciado por la parienta y cuatro hijos que lo reclamaban desde otra ciudad. Los primeros meses y estos últimos. Que te pierdes Pascual, que no alcanzas la parada siguiente. Vamos, que no me vio nunca porque no asistió a mi venida, tan puntual que fui, si hubiera sido tren, qué maravilla. Gertru cumplió conmigo, vamos que fue la madre que me parió. Es que si no, ya me dirán, aquí iba a estar yo. Por eso estoy tan agradecido a aquel encuentro sudoroso de mis progenitores. Que no soy grosero, es que me hicieron en agosto, que no lo he dicho. Y por eso nací en abril, el mes de las flores. Así decía Patro, que fue la que luego cumplió conmigo, porque me crío. Vamos, que de no ser por ella y las sopas de gato, ya me dirán si iba a estar yo por aquí. Ni mes de las flores, ni rumor de mar, ni encuentro sudoroso. Pues eso.
La foto es de Javier Burbano, tomada de su blog http://certezademi.blogspot.com. Es la estación de trenes de Teruel.

Comentarios

Cecilia Ortiz ha dicho que…
Querida Marian:
Me he quedado muy quieta mientras me contabas este cuento, este relato de vida. Ya sabes, que me gusta lo que escribes. Siempre me ha gustado. Gracias por esta historia, tan bien contada. Voy por más...
Besos y un gran abrazo.