
Pero al fin y a la postre, él no pudo con la nostalgia, no supo qué hacer con tanto amor y, cuando ya ni siquiera supo explicarse a sí mismo por qué estaba solo, llamó por teléfono a aquella otra mujer y quedaron para tomar algo, en una cafetería próxima al teatro y a la tienda de ropa de caballero.
Ella salió cuando el día declinaba, sin voluntad, mástil astillado sobre cubierta. Entre la tienda de ropa y el teatro, ir y volver, volver e ir, como el flujo de las mareas, el ciclo de la luna, la rotación de la Tierra. Sus ojos buscaron los ojos de él. Buscaron la sal, la aventura, el mar, al pirata que, quizás, hoy, se atreviera a presentarse, o, pensó, quizás ella podría mirarle con más insistencia, sonreírle más, acariciarle con sus ojos lentamente y él, vencida su resistencia, se presentaría y la invitaría a tomar un café en cualquier cafetería, en esta misma que nos queda cerca.
La cafetería tenía un ventanal grande que daba a la calle y que permitía espiar las idas y venidas de los transeúntes a los que estaban dentro, sentados ante una mesa circular, tomando café. La cafetería tenía un ventanal grande que daba a la calle y que permitía espiar a los transeúntes el interior, y ver a los que se sentaban ante una mesa circular, tomados de las manos, mirándose a los ojos. Y así les vio ella. Al pirata y a otra mujer que, tomados de las manos y bebiéndose el uno al otro, hablaban con el alma en la boca y el corazón en los ojos.
Nunca había creído en los flechazos, estaba segura que el amor era un vaivén de emociones semejante a una singladura en el Pacífico, y que el amor a primera vista era una falacia que se habían inventado los guionistas de Hollywood (en Estados Unidos) y Corín Tellado (en España). Por eso, siempre tuvo la certeza inquebrantable, a pesar de los muchos años que pasaron y los muchos novios piratas que la navegaron, de que aquel hombre se había enredado con aquella mujer de la cafetería porque se parecía, sospechosamente, a ella. Lástima de pirata sin arrestos.
Ella salió cuando el día declinaba, sin voluntad, mástil astillado sobre cubierta. Entre la tienda de ropa y el teatro, ir y volver, volver e ir, como el flujo de las mareas, el ciclo de la luna, la rotación de la Tierra. Sus ojos buscaron los ojos de él. Buscaron la sal, la aventura, el mar, al pirata que, quizás, hoy, se atreviera a presentarse, o, pensó, quizás ella podría mirarle con más insistencia, sonreírle más, acariciarle con sus ojos lentamente y él, vencida su resistencia, se presentaría y la invitaría a tomar un café en cualquier cafetería, en esta misma que nos queda cerca.
La cafetería tenía un ventanal grande que daba a la calle y que permitía espiar las idas y venidas de los transeúntes a los que estaban dentro, sentados ante una mesa circular, tomando café. La cafetería tenía un ventanal grande que daba a la calle y que permitía espiar a los transeúntes el interior, y ver a los que se sentaban ante una mesa circular, tomados de las manos, mirándose a los ojos. Y así les vio ella. Al pirata y a otra mujer que, tomados de las manos y bebiéndose el uno al otro, hablaban con el alma en la boca y el corazón en los ojos.
Nunca había creído en los flechazos, estaba segura que el amor era un vaivén de emociones semejante a una singladura en el Pacífico, y que el amor a primera vista era una falacia que se habían inventado los guionistas de Hollywood (en Estados Unidos) y Corín Tellado (en España). Por eso, siempre tuvo la certeza inquebrantable, a pesar de los muchos años que pasaron y los muchos novios piratas que la navegaron, de que aquel hombre se había enredado con aquella mujer de la cafetería porque se parecía, sospechosamente, a ella. Lástima de pirata sin arrestos.
Comentarios
En fin, que ¡no!: que la imaginación a poder, porque la imaginación nunca da más de si.
La culpa es siempre nuestra, que siempre estamos dispuestas a sacar un conejo de la chistera a pesar de saber que casi nunca hay conejo, y, evidentemente, ¡nunca!, pero nunca, nunca, hay ni siquiera chistera.
Si, me parece que la que no se consuela es porque no quiere.
Puede ser que, una cree encontrar en ese otro (a) lo que desea y selecciona en ese otro, ciertos atributos, que hacen que en 8 segundos,una se enamore a primera vista. Cree "adivina el destello de la aventura en sus ojos grisaceos, queda prendida del gris del destello de la aventura" Pero al fin, era un "pirata sin arrestos". De aventura nada, un equívoco de ojos grisaceos.
Los ojos de ella, para él, la reminiscencia de un amor, con quien, al parecer, si se aventura.
Me recuerda al dicho "nadie sabe para quien trabaja".
El amor a primera vista, avista el amor, pero las acciones, a veces siguen otro rumbo.
Un abrazo
Cecilia
Al fin y al cabo, ella tuvo muchos otros "piratas" y él... bueno, él llamó a la otra mujer, que era a la que quería... sólo es una historia de equívocos.
Me alegro que os guste. Un abrazo