Flechazos, 2. Para C


Él tenía aspecto de pirata moderno, porque hay hombres que son piratas en el siglo que les toca vivir, no importa que no habiten en Tortuga, ni que tengan barco, ni sable, ni pañuelo a la cabeza. Él, pues, tenía aspecto de pirata moderno, aunque ni su ropa ni su ademán lo delataran, pues, aparentemente, era un hombre normal, moreno, ni alto ni bajo, un hombre del siglo XXI, no del XVI ni del XVII, del XXI, un hombre cualquiera que de seguro ponía la lavadora y barría y fregaba la loza y hasta, estaba segura de ello, hacía la cama día sí, día no.
Sin embargo, ella adivinó el destello inconfundible de la aventura en sus ojos grisáceos que parecían atesorar toda la sal del Pacífico.
Fueron 8 segundos y, luego, nada, o tal vez todo, porque ella quedo irremisiblemente prendida del gris y de la sal y del destello inconfundible de la aventura.
A partir de esa noche, puntualmente y sin demora, ella comenzó a pasearse entre la tienda de ropa de caballero y el teatro, en un vaivén eterno, porque así es el amor después de todo, aunque sea intenso y breve como los flechazos que aparecen en las películas para adolescentes. No siempre se encontraban; hubo días que eran vastos desiertos sin una gota de agua, y otros como jardines babilónicos, si sus ojos se encontraban con sus ojos. Y así, pasaba el tiempo, y ninguno de los dos hacía nada por conocer al otro, aunque sin embargo y pese a todo, los ojos de ella le exploraban como los de una mujer viajera del XIX y los ojos de él atracaban en todos sus puertos, pues para algo era un filibustero emboscado.

Él se asombraba cada vez que la veía. Se asombraba del parecido y se asombraba de la diferencia, más abismal cuanto más se le parecía. No podía evitar mirarla y cavilar el porqué de su presencia, el porqué de sus idas y venidas y se le antojaba que aquella mujer aguardaba algo o a alguien, pero nunca cayó en la cuenta que podía tratarse de él. La primera vez que sus ojos se posaron en los ojos de ella, sintió un redoblar de tambores en las sienes y un martilleo exaltado en el corazón que, después de todo y a pesar de lo que creyó, no estaba muerto, sólo dormido. Eran unos ojos verdes, que prometían un oasis cercano. Eran como los ojos de aquella otra mujer. Y su pelo, castaño, tenía la misma tonalidad, pero no pudo comprobar si olía igual. Y el color de la piel, y su figura. Se parecía, era increíble todo lo que se le parecía y, sin embargo, no era ella. Su rostro no era tan ovalado. Su nariz no alcanzaba la gracia de la de ella. Ella tenía la boca hecha para besar, y un lunar en la comisura del labio superior que parecía una barquichuela presta a navegar. Las manos de aquella eran más delgadas y se movían como libélulas. Y descubrió que el parecido de esa mujer le recordaba tanto a la otra, que no hacía sino resaltar todo lo que aquella era; el calor de su piel, el aroma de su pelo. Y descubrió otras cosas, además. Que estaba muy solo. Que no la había olvidado. Que el corazón se le había despertado. Que la añoranza le inundaba, y que se sentía como una barca sin vela; no, peor aún, como un barquito de papel que un niño deja en la corriente de un río de montaña y que no será capaz de llegar al mar. Que no había dejado de quererla. Muchos días estuvo tentado de no salir al encuentro de esa otra mujer que le alteraba los sentidos sólo porque se parecía a aquella, y algunos días lo consiguió y se quedó, más solo que nunca, barriendo y fregando la loza, cambiando las sábanas, en casa. Otros días no pudo evitar salir; un capitán pirata abandonado en una isla desierta, por si la viera y ella, por arte de magia, ya no fuera ella, sino la otra, o que el parecido fuese mayor y ya no importara que la otra no estuviera si estaba ella.

Comentarios

Isadora ha dicho que…
Se pone interesante, si. Tenemos un pirata hacendoso y añorante. Y tenemos una prendada y cautiva tras el brillo de una mirada de ocho segundos. La historia está servida y el problema a punto de emerger: dos son realmente tres.
Habrá que esperar.