Érase una vez una isla en medio de un océano lapislázuli, mejor dicho, un racimo de islas e islotes en medio de un océano. Érase una vez unos cuantos hombres y unas cuantas mujeres que arriban a esa isla en barca, más tarde los llevan a otra isla y se zambullen en el océano lapislázuli o azul desvaído con un salvavidas o, como diría el entrañable Hadock, se convierten en náufragos con babero. No se quedan en esa isla, sin embargo. El baile del islote está a punto de empezar. Entra en juego La Organización. Los hombres se quedan, las mujeres se van en una lancha, a otra isla, o islote. Pasan unos días. La reunificación anhelada se produce en una tercera isla. De vez en cuando, vienen a buscarlos y los llevan a otra, para que, en un juego de inmunidad (suena a serie de médicos, tipo House), uno de ellos sea el líder (con privilegios y tal) y otros dos estén en la lista de los que se van (de vez en cuando alguno de ellos suplica irse). Al final, uno se va porque lo vota la audiencia (vamos, que lo echan) y le da un beso de Judas a otro. Y así, el buen rollito no hace más que continuar. Entre medias, conseguir fuego, un pez, una caracola, un coco o lo que sea. Y para lo que sea, está la temida y venerada Organización, que organiza jueguecitos con trampas, y que, benévola como ella sola, regala tortilla de patatas, tomates, pimientos... y hasta hamburguesas a los desventurados náufragos, ya sin babero.
Lo mejor viene después. Han conseguido una súper hamburguesa con patatas y la isla ya no es una isla caribeña, sino un restaurante exótico de comida rápida cualquiera, y ellos ya no son adultos, sino una panda de adolescentes de lo emocionados que están. Pero hete aquí, que La Organización les da, graciosa y esplendorosamente, todo un minuto para que se coman la hamburguesa súper especial y las patatas súper buenas. Y ya no son adolescentes. Ya no parecen ni humanos.
Entonces, caigo en la cuenta de que es humillante y envilece. Pero después, también caigo en la cuenta de que esos hombres y mujeres están ahí por voluntad propia. Que les pagan. Que salen en televisión. Que ni siquiera son actores de Perdidos. Que en cuanto quieran, pueden irse. Y yo también. Y me voy a la cama.
Lo mejor viene después. Han conseguido una súper hamburguesa con patatas y la isla ya no es una isla caribeña, sino un restaurante exótico de comida rápida cualquiera, y ellos ya no son adultos, sino una panda de adolescentes de lo emocionados que están. Pero hete aquí, que La Organización les da, graciosa y esplendorosamente, todo un minuto para que se coman la hamburguesa súper especial y las patatas súper buenas. Y ya no son adolescentes. Ya no parecen ni humanos.
Entonces, caigo en la cuenta de que es humillante y envilece. Pero después, también caigo en la cuenta de que esos hombres y mujeres están ahí por voluntad propia. Que les pagan. Que salen en televisión. Que ni siquiera son actores de Perdidos. Que en cuanto quieran, pueden irse. Y yo también. Y me voy a la cama.
Comentarios
Lo que describes en el texto, por sí solo es más que irónico, pero hay que reconocer que lo cuentas con mucha gracia.
Un beso