Bajo la marquesina

Llevaba un vestido azul intenso que se le adhería al cuerpo como si, en la última colada, hubiera ocurrido un accidente. Estaba sentada bajo la marquesina del autobús, junto al río y los álamos que comenzaban a verdear. Yo había quedado con Juanma para hacer el viaje juntos a Madrid y, así, que se nos hiciera más llevadero el camino plagado de trampas: cortes inoportunos, eternas inauguraciones (con la debida pompa y asistencia de autoridades) de pequeños tramos de autovía, controles antidroga con perros feroces y radares asesinos que te hacían fotos a traición. Así que allí estaba, aguardando a Juanma y a su Focus rojo que ya se retrasaban, y ella, allí, esperando quién sabe qué, con un vestido azulón de lana que le quedaba estrecho y los autobuses que llegaban y se iban y ella que no movía un músculo, ni hacía un gesto; la cara impasible, los ojos abiertos. Al fin llegaron Juanma y el coche, y allí se quedó ella, una mujer a la que debía rondarle la cuarentena, imperturbable, serena, y yo que ya no sabía dónde meterme, presa de los nervios, ya te vale tío, ya era hora, la tipa esa me estaba poniendo negro, tú.
Pasamos el día en la ciudad, yo con mis oposiciones, Juanma en la central, reunido con los jefazos, al final no está claro lo de la absorción, tío, qué mal rollo. Al volver, casi indemnes de controles, vinos de autoridades, tests, meetings y brainstorms, en la marquesina, junto al río y los árboles que ya se mecían en la primavera, seguía ella, la mujer morena de rostro serio, ataviada con un vestido de lana azul, con los ojos abiertos, mirando quién sabe qué.

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Impresiona la intensidad de la soledad de esta mujer. O quizá sólo sea vacío. Besos, querida amiga.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querida Isabel, me voy contenta de fin de semana, porque quería plantear esa duda.

Un abrazo