Fue un día raro y, por muchos motivos, memorable.
Las cosas no salieron como estaban previstas, pero al fin y a la postre, no salieron del todo mal; incluso hubo un par de detalles que salvaron el día.
Hubo un deambular de acá para allá.
Un abril azul.
Un hombre que parecía una estatua de arena.
Y un regalo: El viento ligero en Parma de Enrique Vila-Matas.
Fue un día un tanto incomprensible en el que los sucesos se desordenaron, caprichosos, pero hubo algunas cosas para recordar.
Dice Vila-Matas: A Lisboa hay que verla en el tiempo exacto de un sollozo. Verla toda entera con la primera luz del amanecer, por ejemplo.
Igual le sucede a aquel día lejano. Lo recuerdo en un destello, en una risa, en un pincho gigantesco de tortilla, en una merienda colosal, en un ir y venir y en un regalo inesperado y, por lo mismo, hermoso.
Aquel día fue como El viento ligero en Parma, insospechado, quizás inoportuno, tal vez confuso y desarreglado. Un día de amistad.
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Un abrazo
Abrazos
Espero que tu fin de semana haya sido genial.
Besos