Otra edad I

Hubo una edad…
En la que los seres humanos pasaban por el tiempo casi sin dejar huella; sólo unos pocos trazos en el envés de una roca. Había valles y planicies, aromas a jara y espliego. Si llovía se guarecían en las oquedades graníticas y si hacía frío, aprovechaban para darse calor de todas las formas imaginables. Siempre que podían, comían. Siempre que podían, bebían. Siempre que podían, olfateaban el aire que les traía aromas a tejo y a flores silvestres, a comida viva que pastaba en las peñas, y nubes que llegaban desde un lugar muy lejano, y se perdían, deshechas en una mañana azul. Los niños se iban haciendo hombres y nunca supieron que fueron niños, ocupados en sobrevivir recorriendo el valle, entre simas, altozanos y pedregales, atentos al murmullo de unas pezuñas y al graznido de los buitres, observando expectantes el desembarco de la luna en el océano azabache. Las mujeres nunca fueron niñas; cuidaban de sus hijos, recogían bayas y frutos junto al susurro del río, cualquier río. A veces capturaban mariposas amarillas y las sostenían entre sus dedos para que los niños, que aún no tenían conciencia de ser niños, acariciaran sus alas con cuidado, un cuidado exquisito para ser niños que pronto serían hombres y mujeres, sin conocer el significado de ser niños. Algunas piedras tenían el color de la sangre que huía de ellos cuando caían y de ellas cuando parían. Otras eran plata vieja y rosa amanecer. Ellas esperaban a sus hombres y se acariciaban los vientres cuando ayudaban a nacer a los hijos de otras, preguntándose sin palabras si sus hijos, los suyos, los de ellas, correrían por el valle, si verían la luna, el sol, si olerían la hierba recalentada en verano y escucharían el canto de los pájaros revoltosos. Los árboles se curvaban con el viento y se oían siseos misteriosos, sonidos enigmáticos que cesaban si los cazadores gritaban tratando de engañar a los ciervos. Por la noche, si la diosa blanca no bogaba en el mar oscuro, hacían fogatas para despojarse de la soledad y el frío.

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Eres una escritora maravillosa. Este post es un ejemplo de sensibilidad e imaginación, una visión de lo humano fuera de lo común. Me ha gustado muchísimo, mª antonia. Y me lamento de que no escribas con más frecuencia. Un abrazo muy, muy fuerte.
Sirena Varada ha dicho que…
¡Qué sorpresa encontrar tu blog! y leerte... un lujo.
Me encantará volver y poder seguir leyéndote.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Isabel...
gracias, querida amiga.
Qué bonito eso que dices...
Un abrazo muy grande
María Antonia Moreno ha dicho que…
Bienvenida sirenavarada... por aquí estaremos, en la playa!