Un artesano construye artificios que revolotean en los tejados. Hombre de manos ágiles como libélulas y carreteras en el rostro. Carreteras secundarias para viajar del olvido a la pena. Cada quien tiene caminos que recorrer y algo de lo que alejarse.
Hay una mujer que tiene el pelo de plata y la mirada profundo estanque. Aguas en las que se ahogan las risas traídas por el recuerdo. Pasa el tiempo entre febreros maltratados por los vientos, entretenida en la imaginaria cabalgata del gallo sobre el caballete.
El hombre crea artilugios metálicos que sobrevuelan los tejados de las casas a lomos de los vientos del norte. Sus dedos asemejan peces plateados nadando en las aguas del estanque. Pasa los días entre chisporroteos de metal, distraído con el vuelo del gallo.
La mujer traza carreteras secundarias entre el pasado y el presente dando rodeos para no lastimarse el corazón. Cada quien transita por los senderos como puede.
El hombre vive en un pueblo pequeño de montaña vieja, redonda cima de naranja. Los días se van entre volubles veletas y certeros aires que siempre regresan. Tiene un jardín con un ciprés que quiere señalar al cielo alguna causa injusta. Sus veletas son brujas buenas, caprichosas espirales, antojadizos remolinos, humildes gallos. Todas llevan grabadas unas letras sin importancia.
La mujer habita en una gran ciudad de torres acristaladas que apuntan al cielo para indicarle algunos hechos ilícitos. Una noche viajó a través de la lluvia y se sintió sin él como herida abierta en medio de los baches de la carretera. Las tardes se le van entre el recuerdo de aquello que fue y el vuelo del ave de corral señalando el sur.
Él no es caballero andante ondeando el pañuelo de su amada en la lanza: una doncella que le ha robado el corazón. Ella no es dama joven que camina sorteando el tráfico con la foto de su amante escondida en el corpiño: un valiente caballero que volverá pronto. Él firma sus veletas con las iniciales de ella y ella se siente sin él como ave de corral sin alas.
Las veletas volubles siguen girando con los vientos del norte y del sur. Lástima que para él fuera norte. Lástima que para ella, sur.
Las iniciales de ella aletean sobre los tejados. Ella tiene en casa un gallo negro de metal que está quieto. Ella se siente sin él abierta herida. Él firma con las letras de ella una y otra vez. Norte o sur. Cada quien tiene sus tristezas.
Hay una mujer que tiene el pelo de plata y la mirada profundo estanque. Aguas en las que se ahogan las risas traídas por el recuerdo. Pasa el tiempo entre febreros maltratados por los vientos, entretenida en la imaginaria cabalgata del gallo sobre el caballete.
El hombre crea artilugios metálicos que sobrevuelan los tejados de las casas a lomos de los vientos del norte. Sus dedos asemejan peces plateados nadando en las aguas del estanque. Pasa los días entre chisporroteos de metal, distraído con el vuelo del gallo.
La mujer traza carreteras secundarias entre el pasado y el presente dando rodeos para no lastimarse el corazón. Cada quien transita por los senderos como puede.
El hombre vive en un pueblo pequeño de montaña vieja, redonda cima de naranja. Los días se van entre volubles veletas y certeros aires que siempre regresan. Tiene un jardín con un ciprés que quiere señalar al cielo alguna causa injusta. Sus veletas son brujas buenas, caprichosas espirales, antojadizos remolinos, humildes gallos. Todas llevan grabadas unas letras sin importancia.
La mujer habita en una gran ciudad de torres acristaladas que apuntan al cielo para indicarle algunos hechos ilícitos. Una noche viajó a través de la lluvia y se sintió sin él como herida abierta en medio de los baches de la carretera. Las tardes se le van entre el recuerdo de aquello que fue y el vuelo del ave de corral señalando el sur.
Él no es caballero andante ondeando el pañuelo de su amada en la lanza: una doncella que le ha robado el corazón. Ella no es dama joven que camina sorteando el tráfico con la foto de su amante escondida en el corpiño: un valiente caballero que volverá pronto. Él firma sus veletas con las iniciales de ella y ella se siente sin él como ave de corral sin alas.
Las veletas volubles siguen girando con los vientos del norte y del sur. Lástima que para él fuera norte. Lástima que para ella, sur.
Las iniciales de ella aletean sobre los tejados. Ella tiene en casa un gallo negro de metal que está quieto. Ella se siente sin él abierta herida. Él firma con las letras de ella una y otra vez. Norte o sur. Cada quien tiene sus tristezas.
Comentarios
Cada quien transita por los senderos como puede.
Ay Anto!!!!!!!!! q forma tan bella de decir las cosas... afuera llueve sabeS??? y vos escribiendo estas lineas....
Miles de besitos de hada para vos amiga!!!!!!!
...Una carta encontrada en una tetera y veletas que susurran con el viento la dirección de quien la remite...
Un fuerte abrazo Mª Antonia. Cuídate!
Qué ganas de tener un poquito de tiempo... tan sólo un gramo; aunque, cuánto pesará?
Un abrazo amiga, es un gusto leer tu blog. Y encontrarte en las palabras.
Ce
besos.
un beso
qué lindo que estés ahí.
Un abrazo
Un abrazo
Un abrazo, te sigo leyendo, pero es lo que dice Botton pop. ¡¡¡quiero más gramos de tiempo!!!!
Hasta pronto, amiga
Un beso
Estoy por aquí, aunque no tengo mucho tiempo de escribir... snif ni de leerte snif
abrazo
Aplausos, reverencias y demás. Un texto precioso. Mucho.
muchas gracias, significa mucho para mí tu opinión.
Un abrazo