El otro día terminé de leer La reina sin espejo de Lorenzo Silva. Magistral. Silva reflexiona sobre el peso que tiene en nuestro día a día el dormir bien o mal, pocas o muchas horas, no sé si solo o acompañado. Totalmente de acuerdo. Aunque yo, que soy mujer y que tengo una amiga con una teoría probada por un buen número de mujeres (Rosa, Marina, Luisa y una servidora, suficiente, por tanto) sostengo que, si eres del sexo femenino, lo verdaderamente determinante en cómo demonios te va a ir el día es la eterna indecisión matinal, esto es, ¿me lavo o no me lavo el pelo?
Es crucial. Múltiples ejemplos. No te lo lavas, te lo recoges en una coleta baja e intentas convencerte. Parezco más profesional. Llegas al trabajo y te llama tu jefe. Reunión con los jefazos de Madrid y comida en el restaurante tal, una estrella Michelín. No falla.
Podría seguir y seguir. Pero, para muestra, un botón. Este caso es verídico, verdadero, vamos como la vida misma... pero no desvelaré la identidad de la protagonista. Esto es, no voy a decir si le pasó a Luisa, a Marina, a Rosa o a una servidora.
Situación: una guía turística a la que le comunican la noche anterior que tiene un grupo de franceses a las 9 de la mañana, bajo el reloj. De la plaza, naturalmente. La guía, muy profesional, se pasa hasta las dos de la mañana repasando su francés, que es muy bueno, pero siempre hay que refrescar cosas. ¿Cómo se dice, por aquí, por favor?
Dilema: 8.30 de la mañana. Se quedó dormida. ¿Se lava o no se lava el pelo? No, decide, no hay tiempo. Se hace un moño bajo (tiene cierto glamour) y sale corriendo.
El devenir: 9.30 y el grupo de franceses que no llega. Bajo el reloj, un frío que encoge el estómago. Se acerca un grupo de turistas. No tienen pinta de venir del país galo. Buenas. Buenas. Somos el grupo, de Valladolid. ¿De Valladolid? Sí, por cierto, qué ciudad más bonita, qué bonita, ¿aquí en la plaza está el astronauta, no? Qué visión, en el siglo XVIII... un visionario, sin duda. Pinta mal.
Ella ya está convencida. Tenía que haberse lavado el pelo. Sin duda.
Suena el móvil. Los turistas la miran, impacientes. Ella lo coge, disculpen, murmura. En la pantalla llamando Paco llamando Paco...
Conversación: Sólo transmito las respuestas de ella, por seguir conservando el anonimato, claro.
¿Si? ¿Qué? ¿Que no qué? ¿Que te vas? ¿Con quién? Un momento, un momento. Me estás dejando, ¿no es eso? ¿con una llamada al móvil?
Es crucial. Múltiples ejemplos. No te lo lavas, te lo recoges en una coleta baja e intentas convencerte. Parezco más profesional. Llegas al trabajo y te llama tu jefe. Reunión con los jefazos de Madrid y comida en el restaurante tal, una estrella Michelín. No falla.
Podría seguir y seguir. Pero, para muestra, un botón. Este caso es verídico, verdadero, vamos como la vida misma... pero no desvelaré la identidad de la protagonista. Esto es, no voy a decir si le pasó a Luisa, a Marina, a Rosa o a una servidora.
Situación: una guía turística a la que le comunican la noche anterior que tiene un grupo de franceses a las 9 de la mañana, bajo el reloj. De la plaza, naturalmente. La guía, muy profesional, se pasa hasta las dos de la mañana repasando su francés, que es muy bueno, pero siempre hay que refrescar cosas. ¿Cómo se dice, por aquí, por favor?
Dilema: 8.30 de la mañana. Se quedó dormida. ¿Se lava o no se lava el pelo? No, decide, no hay tiempo. Se hace un moño bajo (tiene cierto glamour) y sale corriendo.
El devenir: 9.30 y el grupo de franceses que no llega. Bajo el reloj, un frío que encoge el estómago. Se acerca un grupo de turistas. No tienen pinta de venir del país galo. Buenas. Buenas. Somos el grupo, de Valladolid. ¿De Valladolid? Sí, por cierto, qué ciudad más bonita, qué bonita, ¿aquí en la plaza está el astronauta, no? Qué visión, en el siglo XVIII... un visionario, sin duda. Pinta mal.
Ella ya está convencida. Tenía que haberse lavado el pelo. Sin duda.
Suena el móvil. Los turistas la miran, impacientes. Ella lo coge, disculpen, murmura. En la pantalla llamando Paco llamando Paco...
Conversación: Sólo transmito las respuestas de ella, por seguir conservando el anonimato, claro.
¿Si? ¿Qué? ¿Que no qué? ¿Que te vas? ¿Con quién? Un momento, un momento. Me estás dejando, ¿no es eso? ¿con una llamada al móvil?
El grupo de turistas escuchan, ya no tienen tanta prisa.
Sí, claro... No me mereces, por supuesto. ¿Sabes qué te digo? A la mierda.
Y cuelga.
A estas alturas, ni va a enseñar la rana, ni el astronauta, ni nada. Así que se va. Y se quedan los vallisoletanos en medio de la plaza, con expresión perpleja. Ya, ya. ¿Dónde dijo que estaba el astronauta?
Cuando llega a casa, nuestra guía turística piensa: total, eran unos incultos y él era un pesado. ¡Pues no tenía yo ganas de quitármelo de encima!
Cuando llega a casa, nuestra guía turística piensa: total, eran unos incultos y él era un pesado. ¡Pues no tenía yo ganas de quitármelo de encima!
Y, acto seguido, se va al cuarto de baño y se lava el pelo.
Comentarios
Besitos de hadaaaaaaa
muy chulo tu gato!!!!
besos
Besitos de hada!!!!!!!
Un beso enorme.
imi_xunai@hotmail.com
En cuanto a lo del astronauta y la rana me pongo negra... en fin, manías que tiene una. no me gusta el astronauta y no me gusta que la gente se confunda (eso nos pasa a todos) y que le dé exactamente igual ver un astronauta de hace diez años (que no sé que pinta en la portada de la Catedral Nueva) que admirar la fachada de la Universidad Antigua, independientemente de si ven la rana o no, que lo bonito es la filigrana... en fin!!!!
Un abrazo con cariño
Bueno, es qeu hay días que la noche anterior crees que tienes el pelo bien, limpio y cuando te levantas (casi siempre con el tiempo justo) te das cuenta de que no, que no está tan limpio!!! ji jí
besos
he visto tu blog y me encantan tus ilustraciones.
Un abrazo