En el comienzo de la calle Compañía hay un tapiz de conchas en piedra amarilla. Se trata de un edificio construido a finales del siglo XV, que fue propiedad del doctor Rodrigo Maldonado de Talavera, caballero de la Orden de Santiago y catedrático de Derecho de la Universidad. Hay quien habla de monedas de oro escondidas como perlas bajo los moluscos pétreos. Lo cierto es que las más de trescientas conchas doradas de las fachadas son un verdadero tesoro para quien las mira. Símbolo de la Orden de Santiago o detalle del escudo de los Pimentel que pasó al linaje Maldonado tras el casamiento del hijo de Don Rodrigo con Juana Pimentel. La flor de lis es un elemento recurrente en la fachada y en el patio interior, pero sin eclipsar a las sutiles conchas.
El bello patio tiene dos plantas, la baja con arcos elegantes, llamados mixtilíneos, adornadas las enjutas con nobles cabezas de leones que recuerdan la bravura del linaje… la planta superior luce columnas corintias del más hermoso mármol italiano.
La Casa de las Conchas es un lugar para perderse, para encontrarse, para desorientarse y volverse a orientar mirando una a una sus conchas de piedra y calibrar si la moneda está en aquélla o en esa otra, la que está junto a la reja. Actualmente el edificio alberga la Biblioteca Pública del Estado de Salamanca y es un privilegio caminar por sus salas, chirriando sus suelos y elegir un libro en el que sumergirte las tardes de primavera. Una vez comencé a leer Bomarzo de Múgica Laínez en el segundo piso, sentada en un banco de madera. Levantaba la vista y veía las impresionantes torres de La Pontificia, edificio barroco que no me atemorizó, pues estaba resguardada bajo un artesonado cálido de madera, al lado de una ventana con rejería y, si dirigía mi mirada a la planta baja, estaba el pozo de los deseos: todo podía hacerse realidad.
Cuando sales, te zambulles en la calle de la Compañía, calle larga y fría en invierno, calle de viejos tiempos y frescos en verano, calle de paseo las noches calurosas, la calle más romántica de la ciudad. Iglesias y conventos te escoltan y los relojes siguen la cuenta desde el pequeño museo.
Una tarde, una ventana se abrió violentamente en un pequeño edificio de apartamentos, cerca, muy cerca de la Casa de las Conchas. Una mujer joven sollozaba y un hombre hablaba en voz muy alta. Las cortinas se mecían con la brisa de la mañana, la mujer llevaba puesto un camisón liviano que parecía un campo de amapolas y, segundos después, él la tomó de la cintura y hundió su cabeza en el pelo castaño, denso, oscuro. Ella se volvió hacia él con presteza y los dos cayeron en una gran cama que se entreveía en cada balanceo de visillo. Volví atrás la cabeza, con pudor. Lejos, vislumbré el perfil de las conchas y hubiera jurado que, por los intersticios, refulgía el canto de las monedas.
El bello patio tiene dos plantas, la baja con arcos elegantes, llamados mixtilíneos, adornadas las enjutas con nobles cabezas de leones que recuerdan la bravura del linaje… la planta superior luce columnas corintias del más hermoso mármol italiano.
La Casa de las Conchas es un lugar para perderse, para encontrarse, para desorientarse y volverse a orientar mirando una a una sus conchas de piedra y calibrar si la moneda está en aquélla o en esa otra, la que está junto a la reja. Actualmente el edificio alberga la Biblioteca Pública del Estado de Salamanca y es un privilegio caminar por sus salas, chirriando sus suelos y elegir un libro en el que sumergirte las tardes de primavera. Una vez comencé a leer Bomarzo de Múgica Laínez en el segundo piso, sentada en un banco de madera. Levantaba la vista y veía las impresionantes torres de La Pontificia, edificio barroco que no me atemorizó, pues estaba resguardada bajo un artesonado cálido de madera, al lado de una ventana con rejería y, si dirigía mi mirada a la planta baja, estaba el pozo de los deseos: todo podía hacerse realidad.
Cuando sales, te zambulles en la calle de la Compañía, calle larga y fría en invierno, calle de viejos tiempos y frescos en verano, calle de paseo las noches calurosas, la calle más romántica de la ciudad. Iglesias y conventos te escoltan y los relojes siguen la cuenta desde el pequeño museo.
Una tarde, una ventana se abrió violentamente en un pequeño edificio de apartamentos, cerca, muy cerca de la Casa de las Conchas. Una mujer joven sollozaba y un hombre hablaba en voz muy alta. Las cortinas se mecían con la brisa de la mañana, la mujer llevaba puesto un camisón liviano que parecía un campo de amapolas y, segundos después, él la tomó de la cintura y hundió su cabeza en el pelo castaño, denso, oscuro. Ella se volvió hacia él con presteza y los dos cayeron en una gran cama que se entreveía en cada balanceo de visillo. Volví atrás la cabeza, con pudor. Lejos, vislumbré el perfil de las conchas y hubiera jurado que, por los intersticios, refulgía el canto de las monedas.
Comentarios
no me digas q este tambien era un asesino por favor!!!!!!
Besitos de hada amiga!!!!
q tengas un hermoso fin de semana!
Un abrazo
un beso
Para mí, un gusto que me leas!
Buen finde y besos
Un beso enorme.
Besos
que te sigo leyendo, eh??? y dentro de un rato publico en el blog!
Gracias por llamar!!!!!!!!
Un beso