María

Alquilé una casa verde enamorada de una buganvilla rosa, con balcones blancos izados sobre el mar y la montaña; velas de velero en regata. Para el mes de julio. Para María y para mí. Los planes eran perfectos: aguas color azul pavo y esmeralda. La ría. Subir y bajar. Bicicletas. Los pinos verdes, las gaviotas planeando como aviones de guerra antigua, la bruma deslizándose por los toboganes de las montañas. El desayuno completo: café y batido de fresa, escribir y leer, probarnos ropa muertas de risa. Se desbarataron. María prefirió irse a Murcia con su padre y su nueva novia. Eligió los helados y el mar cálido a las aguas multicolores y frías del Norte. No se lo reproché. Últimamente, no le reprochaba nada.
Así que allí estaba yo. En la casa verde. Con los blancos balcones izados sobre la ría. Con mi taza de café caliente, apoyada en la baranda, imaginándome muy lejos, con María. Mi joven María. Mi niña esbelta que huele a malva.
Una mañana salí a caminar por la playa y allí, semienterrado en la arena blanca, encontré un pañuelo rojo como una herida del mar. El pañuelo era pequeño, como los que se ponía María en el pelo cuando recogía su melena morena en una coleta. Lo desenterré y me lo llevé a la nariz. Aspiré el olor a sal y a mundos que quedan lejos. A amor robado y a amor prestado. A la ternura que se colaba tras una rendija de mi corazón. A reproches nunca dichos que habitaban mi alma. ¿A quién pertenecería el pañuelo rojo? Podría ser bandera de un castillo de arena. O bandera corsaria. O pañoleta de bruja. O pulsera en la muñeca de una chica joven, tan joven como mi hija.
Sólo habían pasado tres días. Y la echaba de menos dolorosamente. El teléfono reposaba en la mesita del salón. ¿María? Tienes que venir. He encontrado un pañuelo. Rojo. Parece una herida. Del mar o de una sirena. Y te echo de menos. Mucho. Con desespero. Ven.
La voz de mi hija se me antojó susurro de ola: Sí, mamá.

Comentarios

María Antonia Moreno ha dicho que…
Qué alegría que has vuelto!
Un beso