¿A qué sabe tu desenlace? Sabor a chocolate, de José Carlos Carmona

Hace tiempo escribí este texto (entre otros), incluido en el catálogo de ¿Dónde lees tú?, proyecto enmarcado en Territorio Ebook de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez:

Se paladean sensaciones mientras desciframos letras que componen palabras. Si la protagonista saborea un postre aromatizado con vainilla, nos sentiremos reconfortados y dulces, niños que juegan con la princesa huida del torreón. Si, por el contrario, la muchacha es intrépida y se pone a cubierto ingiriendo un guiso caliente condimentado con guindilla, el sonrojo de la pubertad acudirá a nuestro rostro. Qué osadía.
Hay despedidas amargas como una medicina o un café con sal para la resaca. En las despedidas saladas se suelen beber tantas lágrimas que es como degustar sardinas asadas. Las dulces despedidas son conformes y sencillas, plenas de alivio y de nostalgia; albaricoques en sazón. Y están las despedidas que resultan ácidas, crueles y expeditivas, amarillas limón. Y las bienvenidas que se gozan como una fiesta, algodón dulce de feria. Otras saben a incertidumbre frambuesa, agridulce impresión en el paladar. Hay unas bienvenidas muy especiales que, sin embargo, apenan de pronto con el amargor de la decepción. Y otras que…
Bebemos chocolate caliente que sabe a cardamomo, empalagoso como un primer beso; para aclarar el paladar, un sorbo de agua y, así, lo dejamos preparado para apreciar otro gusto; novela, poema, epístola, artículo… 

La Semana Santa debe saber a chocolate caliente, a torrija, oler a lluvia y a frío, el cielo de un gris plomizo y, en el sofá, aguardando, la manta y la novela. Por ejemplo, esta: Sabor a chocolate, de José Carlos Carmona. Una obra con el dulzor y la amargura exacta. Una historia de amor. Una partida de ajedrez. Una sinfonía que comienza así:

Eleanor Trap dirigía una fábrica.
Una fábrica de chocolates en Suiza.
Eleanor Trap descendía de una familia de húngaros americanizados que modificaron sus apellidos al llegar a Estados Unidos en tiempos de la Ley Seca.
Eleanor Trapp cojeaba de su pierna derecha desde la infancia. Su tío Adrian Troadec la invitó a Suiza en los años sesenta. 
Eleanor tenía 23 años cuando vio por primera vez la Europa de sus antepasados.
No sabía que el chocolate cubriría su vida desde aquel instante.

Una obra que, entre capítulo y capítulo, pide agua y descanso. Seamos fieles a las tradiciones aunque superemos los veinte grados y las muchachas se hayan despojado de las medias. Saboreemos  este chocolate, caliente, espeso, dulce... con una pizca de amargor. 

Comentarios