Casi dos minutos de imágenes son la carta de presentación de la película documental Volver, dirigida por el fotógrafo vallisoletano Eduardo Margareto. Volver narra la emigración de Castilla y León en Argentina. Los paisajes son grandiosos, y es hermoso cómo se derrumba el glaciar, o cómo se oscurece el cielo de la capital, Buenos Aires. Enternece, por contra, los ojos de la anciana que reivindica el derecho de volver a su tierra, aunque sea con una pata menos. Y escuchar las palabras añoranza, felicidad. Verlas.
A Eduardo Margareto le conocí por motivos del laburo (últimamente me sale la uruguaya que llevo dentro... sobre todo, después de leer El verano de los juguetes muertos, debilidades). Las fotografías que leí entonces (para entenderlas, para rotularlas después, para hacerlas mías y explicarlas a otros...) eran estancias vacías en las que el ser humano era perceptible, precisamente, por ese vacío que había dejado al levantarse de la silla, del sillón, al hacer la cama blanca, al tender las sábanas o escuchar la novela en la radio de la cocina. Fue un encuentro, creo, feliz.
En esta película, el ser humano está. Están sus ojos y sus arrugas, y sus pies, que adivinamos cansados. Pero, sobre todo, está la nostalgia. La saudade que diría un portugués, la morriña que diría un gallego, la extrañeza que dicen por aquí. La extraño, te extraño. Extraño no ver mi calle al levantar la persiana. Extraño el lado de la cama. Extraño la almohada, las sábanas. Extraño la comida, el aliño, el bullicio de mi ciudad. Extraño la música, las canciones, los domingos por la tarde en el bar, las verbenas de la plaza. Extraño mi país.
Qué luz, qué colores, qué tango de la vida y de la memoria. La luz seducida por la mirada de Eduardo Margareto.Otro encuentro feliz.
En esta película, el ser humano está. Están sus ojos y sus arrugas, y sus pies, que adivinamos cansados. Pero, sobre todo, está la nostalgia. La saudade que diría un portugués, la morriña que diría un gallego, la extrañeza que dicen por aquí. La extraño, te extraño. Extraño no ver mi calle al levantar la persiana. Extraño el lado de la cama. Extraño la almohada, las sábanas. Extraño la comida, el aliño, el bullicio de mi ciudad. Extraño la música, las canciones, los domingos por la tarde en el bar, las verbenas de la plaza. Extraño mi país.
Qué luz, qué colores, qué tango de la vida y de la memoria. La luz seducida por la mirada de Eduardo Margareto.Otro encuentro feliz.
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Nico