Aún no sé por qué, 3


Revolotea una paloma
Las palomas se cobijaban entre ángeles y santos, en las Catedrales. Era tan temprano que aún no había ninguna pareja de suecos fotografiándose al amparo de los gitanos que ya vendían Salamanca, en diez postales a color. El hombre esperó a la mujer que se retrasaba. Se escuchó el taconeo de ella y a él se le relajó el rostro en una sonrisa: no le había abandonado.
Las cigüeñas, en lo alto, a lo suyo
En la Plaza de Anaya, las cigüeñas de nata y carbón machaban ajo desde los campanarios. El barrendero retiraba botellas rotas e ilusiones quebradas del suelo, un hombre estaba escondido de la pena en una caja de cartón, la hierba era blanca y una persiana sonó como un trueno al levantarla una mano impaciente. La Rúa estaba hermosa, tranquila y vieja, y se estaba bien, él, viejo soldado, caminando a pasos largos, ella; actriz de otro siglo, el repiqueteo de sus tacones en el empedrado, el cielo azul y el aire frío y la ciudad sólo para ellos dos. Cuánto tiempo ha pasado, piensa ella. Y seguimos lo mismo, él delante y yo aquí, tan cerca y tan distantes el uno del otro. No sé cómo huele, se dijo él. Cómo huele su piel al despertar.
Así las cosas, él se detiene y se gira. Ella no se asombra, ya está acostumbrada a sus repentinos giros, a sus carreras cortas, a doblar una esquina y descubrir que él está aguardándola, inquieto. Ahora, ella se para y le mira, le mira bien, y ve su pelo pintado de plata y, están tan cerca, que ve sus ojos marrones tras las gafas, y no acierta a discernir si se asoma en ellos el desaliento o una inquietante socarronería. Las dos cosas, decide. Él mira su silueta que se alza diez centímetros sobre el suelo, su silueta que se recorta sobre la torre inclinada de la Catedral Nueva, la mira bien, observa su cintura y su mirada se desliza por el tobogán de sus caderas y acaricia sus piernas, vestidas de transparente osadía.
Ésta era la furgoneta
Es un hechizo del tiempo, piensa ella, un hechizo, pero una furgoneta de reparto, prosaica y urgente como la vida, pasa a su lado acelerando y se rompe la magia. Ella mira al suelo y él se gira y vuelve a caminar, otra vez deprisa, como si llegase tarde a una cita. Ella duda, pero sigue tras él.
Son muchos los días, va pensando ella. Muchas las semanas, y qué es esto, qué pensaría la gente si lo supiera.

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