Pero qué más da. El cielo es infinito y azul y aquí estoy yo, y tú no se sabe, pero qué importa. A la cigüeña, nada y al cielo, menos.
Estoy leyendo El Gatopardo, si lo supieras te sorprenderías o quizás ya perdiste el arte de la sorpresa. Es tu novela favorita, tienes el libro subrayado en verde y rojo, qué significarán los colores, a qué se deberán tantas frases marcadas. He leído una de esas frases mil veces esta noche, mil veces después de cerrar el libro y apagar la luz. Un año de llamas y pasión y treinta de cenizas. Nunca sabrás cuánto te amé, cómo te amo todavía, vieja ya, llena de arrugas que ninguna crema puede ocultar, que no se dulcifican con la sonrisa. Cenizas, como esos montones que quedan después de las hogueras de San Juan cuando los deseos y las ilusiones se queman junto con las ruedas y el muñeco de madera, cenizas.
No sé por qué no nos separamos con papeles de por medio si lo estamos desde hace años, si la distancia se hizo tan grande como un océano de desdichas, si ya no sé por qué te quise, ni si aún te quiero o esto que siento es tristeza por tanto año perdido y tantas palabras que pronunciamos y quedaron a la deriva, y regresan una y otra vez, y me hieren y te hieren. Te has ido no sé dónde, cansado y viejo, con esa maleta marrón de tus días de la mili, y yo me quedé repasando las notas que me dejas en la cocina, papeles adheridos a la nevera: necesito espuma de afeitar, vuelvo ahora, salí a dar un paseo, no me esperes, he ido a comprar el pan, vino el hombre del gas.
Cómo me gustaba que cogieras mis manos por encima de la mesa, mientras me decías líneas enteras de los libros que estabas leyendo. Luego, ya no. Luego, comenzaste a hacer crucigramas solo, distante, en medio de tu desierto. Y nunca supe el instante, el momento exacto, el porqué.
Estoy leyendo El Gatopardo, si lo supieras te sorprenderías o quizás ya perdiste el arte de la sorpresa. Es tu novela favorita, tienes el libro subrayado en verde y rojo, qué significarán los colores, a qué se deberán tantas frases marcadas. He leído una de esas frases mil veces esta noche, mil veces después de cerrar el libro y apagar la luz. Un año de llamas y pasión y treinta de cenizas. Nunca sabrás cuánto te amé, cómo te amo todavía, vieja ya, llena de arrugas que ninguna crema puede ocultar, que no se dulcifican con la sonrisa. Cenizas, como esos montones que quedan después de las hogueras de San Juan cuando los deseos y las ilusiones se queman junto con las ruedas y el muñeco de madera, cenizas.
No sé por qué no nos separamos con papeles de por medio si lo estamos desde hace años, si la distancia se hizo tan grande como un océano de desdichas, si ya no sé por qué te quise, ni si aún te quiero o esto que siento es tristeza por tanto año perdido y tantas palabras que pronunciamos y quedaron a la deriva, y regresan una y otra vez, y me hieren y te hieren. Te has ido no sé dónde, cansado y viejo, con esa maleta marrón de tus días de la mili, y yo me quedé repasando las notas que me dejas en la cocina, papeles adheridos a la nevera: necesito espuma de afeitar, vuelvo ahora, salí a dar un paseo, no me esperes, he ido a comprar el pan, vino el hombre del gas.
Cómo me gustaba que cogieras mis manos por encima de la mesa, mientras me decías líneas enteras de los libros que estabas leyendo. Luego, ya no. Luego, comenzaste a hacer crucigramas solo, distante, en medio de tu desierto. Y nunca supe el instante, el momento exacto, el porqué.
Comentarios
Un abrazo azul como el horizonte
Que descanses estos días, mª antonia y regreses igual de creativa. Besos.
Me encantan esos abrazos tan llenos de poesía
Un abrazo