Las manos acarician la página y los ojos, inquietos y ávidos, saltan de renglón en renglón, mientras la lengua traviesa toquetea las palabras, las besa. El amor llega de improviso y es fresco y suave, huele a sal y rompe el agua en la quilla. Es entonces cuando se ama en cualquier lugar y a cualquier hora, porque no podemos pasar mucho tiempo sin el objeto de nuestro amor. Amamos sin pudor, sin vergüenza, besándonos bajo la farola del parque, pertrechados tras las cubiertas; ciegos, sordos y mudos a todo lo que no sea nuestro sentimiento. Desde la madrugada inhóspita en la que salvamos a la chica y abordamos su corazón, soñamos. Soñamos con las llanuras verdes y el tesoro escondido. Soñamos con el ímpetu de nuestro propio amor. Un amor apasionado que no atiende a razones, que ama aquello que nos emociona, que nos hace sentir.
Pasa el tiempo y los días caen sobre nosotros como aguacero de abril. Nuestros sentimientos se atemperan, y no es que nuestro amor sea más frío, ni que nos hayamos cansado de amar, no. Sucede que hemos amado. Sucede que hemos vivido. Que hemos leído páginas y páginas de naufragios y la sorpresa ante los doblones de oro ya no es el componente esencial. Buscamos la calidez de las descripciones bien hechas, la precisión del camino de una lágrima bermellón en el borde de la copa, o la pena negra que se oculta tras el rostro de ese hombre, o de esa mujer. Pero ay. Leemos al anochecer, cuando todos duermen y la casa está en silencio. Es el tiempo del peligro. El tiempo en el que las emociones juegan con el corazón. De pronto, nos sacudimos el hastío de otras páginas y nos dejamos amar bajo la luna, junto a la fuente. Es entonces cuando surge, de nuevo y sin previo aviso, el amor; pero no hemos de lamentarnos, pues sabemos que jugamos con fuego y que el cariño distraído puede convertirse en pasión. Es un amor maduro e intenso, pues ya hemos amado antes y sabemos apreciar lo bello que se esconde tras las palabras que nuestra boca explora, convertida en una jovenzuela atrevida otra vez.
Leer. Amar. Placer solitario y compartido si dominamos nuestros celos. Contarlo, para que vuelva a ocurrir una y mil veces. Amar y leer. Y escribir que hemos amado, con el alma en la boca y el deseo en la frente, a través de tantas páginas dulces y amargas, que sabían a bosque y a otoño, a verano y a limón. Cómo hemos sufrido con las despedidas y cómo hemos vuelto a leer, anhelando otro encuentro amoroso, ardiente, brillante y fugaz, bajo la cubierta, junto a la farola, subidos en la cofa. En la madrugada en que atracamos a puerto y bajamos a tierra para amar.
*Texto seleccionado para su publicación en el Catálogo de fotografías El placer de leer, 2008. Ayuntamiento de Salamanca, Red de Bibliotecas Municipales Torrente Ballester
Pasa el tiempo y los días caen sobre nosotros como aguacero de abril. Nuestros sentimientos se atemperan, y no es que nuestro amor sea más frío, ni que nos hayamos cansado de amar, no. Sucede que hemos amado. Sucede que hemos vivido. Que hemos leído páginas y páginas de naufragios y la sorpresa ante los doblones de oro ya no es el componente esencial. Buscamos la calidez de las descripciones bien hechas, la precisión del camino de una lágrima bermellón en el borde de la copa, o la pena negra que se oculta tras el rostro de ese hombre, o de esa mujer. Pero ay. Leemos al anochecer, cuando todos duermen y la casa está en silencio. Es el tiempo del peligro. El tiempo en el que las emociones juegan con el corazón. De pronto, nos sacudimos el hastío de otras páginas y nos dejamos amar bajo la luna, junto a la fuente. Es entonces cuando surge, de nuevo y sin previo aviso, el amor; pero no hemos de lamentarnos, pues sabemos que jugamos con fuego y que el cariño distraído puede convertirse en pasión. Es un amor maduro e intenso, pues ya hemos amado antes y sabemos apreciar lo bello que se esconde tras las palabras que nuestra boca explora, convertida en una jovenzuela atrevida otra vez.
Leer. Amar. Placer solitario y compartido si dominamos nuestros celos. Contarlo, para que vuelva a ocurrir una y mil veces. Amar y leer. Y escribir que hemos amado, con el alma en la boca y el deseo en la frente, a través de tantas páginas dulces y amargas, que sabían a bosque y a otoño, a verano y a limón. Cómo hemos sufrido con las despedidas y cómo hemos vuelto a leer, anhelando otro encuentro amoroso, ardiente, brillante y fugaz, bajo la cubierta, junto a la farola, subidos en la cofa. En la madrugada en que atracamos a puerto y bajamos a tierra para amar.
*Texto seleccionado para su publicación en el Catálogo de fotografías El placer de leer, 2008. Ayuntamiento de Salamanca, Red de Bibliotecas Municipales Torrente Ballester
Comentarios
También para ti, que tengas unos días felices.
Un beso
Es una pena que no sea un abrigo porque te juro que me lo llevaría puesto. Gracias por colgarlo en el blog; lo considero un regalo de Navidad. Un magnífico regalo.
Felicidades y un fortísimo abrazo.
-PD. Ni qué decir tiene que te deseo toda la felicidad del mundo.
Yo te deseo también mucha felicidad, un beso Sirena
Que lástima que no podré acceder a tu escrito con las fotografías...quizá algún día si visito España
Un gran abrazo y buen comienzo de año. Espero poder leer su escritos, como este que has compartido y que como Sirena Varada, encuentro es una joya.
Cecilia
Gracias a ti por leerlo, ya sabes, si no se lee, no existe...
Buen comienzo de año para ti también, cuidate.
Gracias a su esposa por recomendar este, mi, blog...
Un saludo y siempre que lo desee
¿Me permite María Antonia una pequeña cuña publicitaria?... Gracias
VOTE LÚZBEL
Vuelvo a leer este texto y entiendo que el morito ande tirado por el suelo,...¡Yo casi me caigo de culo! con perdón
Me encanta...y es muy cierto lo que dices y cómo lo dices!
Felicidades!
Creo que únicamente puede hablar así del amor quien tiene una intuicion sobrenatural... o alguien que real y profundamente ha sentido sus embates.
Mis respetos, María Antonia.
Y hasta un beso.
gracias y bienvenidos, siempre que lo deséis
Un abrazo