Mª. Isabel era una mujercita que quería medrar. Tal vez anhelase ser encargada general de la cadena de supermercados, entonces haría revisiones por sorpresa y nos pondría en fila, inspeccionando las secciones, la limpieza, las uñas, el pelo, las zapatillas. Quizás ese fuese su sueño, hasta las hormigas tienen uno. Yo no le caía bien a Mª. Isabel, ni falta. Ella a mí ni me caía. El primer día que me presenté en la tienda con aquella bata bicolor, heredada de otra mujer huída, quizás, a una isla desierta, me miró las manos con ojo crítico y me sonrió, burlona. Me asignó la sección de detergentes, una caja registradora y los congelados. Ella pensó, a ver cuánto dura ésta niña bien, y yo, eres una mala pécora, Mª. Isabel.
Mª. Isabel, qué nombre tan aristocrático para una mujer así, qué caprichos tiene el destino. De seguro sus padres pensaron en un futuro brillante para ella, no podía ocurrirle otra cosa, con ese nombre.
Me imagino la conversación a mediodía, en el comedor familiar. La hija ha vuelto del trabajo, es encargada, nada menos. Y comenta cosas de la nueva, mientras sus padres la miran arrebolados: una niña bien, una tía que no ha currao en su vida, a ver cuánto me dura ésta.
Comentarios
Un beso
Bienvenida, mreina
GRacias Amaranta y sirena... Jiji
Un beso