Se vende olivina junto al Charco de los Clicos. En unas mesas portátiles se ofrecen piedras con estrellas verdes que caen (Perseidas en miniatura) si tropiezan con otro cuerpo terrestre, celeste o artificial. En uno de los tableros no hay nadie, tan sólo los precios escritos en cartones demasiado zafios y una caja metálica para ingresar el justo importe (previa confianza en la probable honradez del turista). El contraste entre los cartones, el metal de la caja, la mesa vieja y las piedras brillantes es demasiado dramático; casi tanto como la rivalidad de la olivina y el Charco, agua de mar que refulge esmeralda en la playa negra, prisionera del volcán.
Dicen que El Charco no es más que agua salada que se escapa del mar para buscar cobijo junto a un volcán viejo. Puede ser. Pero a mí se me antoja un manantial que atesora en su fondo olivina en abundancia. Y es por eso que espejea, verde e inaudito, entre la lava negra, el cielo y el mar.
Fotografías de Mª. Antonia Moreno
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Besos bajo el volcán
Luego las fotografías nunca son tan bellas como nuestro recuerdo.
Al menos, sirven para que no se diluya.
Abrazos
Un abrazo
Un abrazo
Un beso